miércoles, 15 de junio de 2011

Quinta Estrella: Comprada

Tras aquella extraña conversación no tuve más remedio que levantarme. Ellos parecían saber muy bien lo que tenían que hacer… y no es que yo pudiese hacer mucho más para ayudarles. De hecho, mientras me alejaba de nuevo a la barra, pensé en lo estúpida que había sido: Ahora estaba descubierta, completamente expuesta. Y por muy fiables que parecieran ellos, ¿qué pasaría si finalmente sólo les interesaba su propia seguridad? Lo más sensato, después de que yo les hubiera contado todo lo que iba a pasar, es que ellos escapasen. Muy a mi pesar, no podría culparles por ello. De todas las opciones, aquella era sin duda la menos mala. Pero… ¿Y si aquellos hombres eran parte de la banda de los Carniceros, aquellos a los que debíamos matar? Entonces sin duda irían con el cuento a sus compañeros… y probablemente a mí me matarían, por un lado o por otro. Los Carniceros lo harían por su propia integridad. Los de mi banda, por traidora.
¡Cielos, cómo podía haber sido tan tonta! ¡Sin saberlo, acababa de firmar mi propia muerte!
Durante unos instantes palidecí. El orco que se encargaba del bar, Rurk, me miró con sus horribles facciones curvadas en una mueca de preocupación. Le observé cuando me preguntó si me encontraba bien y no tuve más remedio que asentir. ¿Qué podía decir? ¿Que probablemente había vendido a todo el burdel sin saberlo? Así que simplemente sacudí la cabeza para ahuyentar los malos pensamientos y recompuse una sonrisa, ofreciéndome a servir más mesas. Necesitaba tener la mente distraída.
En mis paseos pronto me percaté de que Allwënn y Gharin se habían levantado de la mesa en la que habíamos estado hablando. Se me aceleró el corazón cuando no les encontré con la mirada… Hasta que finalmente lo hice. Los dos mestizos hablaban con la Madame. Gharin esbozaba la sonrisa de un niño que está a punto de hacer una travesura. Allwënn seguía atendiendo a todo como si la mayor amenaza pudiera residir en las sombras. No entendí qué pasaba. De todas las suposiciones que habían pasado por mi cabeza, aquella no había aparecido.
Definitivamente tampoco me esperaba lo que pasó a continuación.
Madame pronto se fijó en mí y me hizo llamar con un gesto. Le indiqué que estaba ocupada con las mesas, pero su mirada no me dejó lugar a réplicas. Oh, Dios mío. Se lo habían contado. A la Madame. Puede que fueran de los nuestros y habían estado buscando algún traidor entre nosotras. Y yo lo era. Me matarían.
Cuando me acerqué, la Madame me cogió del brazo y me arrastró un metro apartados de ellos.
—¿Qué les has dicho?
Palidecí. La miré y boqueé un poco. Tragué saliva, observándola. ¿Sería mejor mentir o decir la verdad, en aquellos casos?
—No me mires así. Les has tenido que decir algo. O darles algo. O enseñarles algo. ¡Esos dos jóvenes dan 20 Ares por ti, muchacha! ¡20!
Me perdí. Mi nerviosismo se detuvo para dar paso a la incomprensión. La miré frunciendo el ceño, como una alumna que no entiende la lección que le brinda su maestro.
—¿Disculpe?
—Sí, yo tampoco lo entiendo. Pero parece que… tu conversación les ha parecido muy interesante —y me lanzó una mirada por todo el cuerpo que parecía evidenciar que mi conversación no era lo que podía interesarles—. Sea como sea, no pensaba hacer que subieras a las habitaciones hoy, muchacha. Eres un poco mojigata —el comentario dañó en lo más hondo mi orgullo— y nunca has estado ahí. Pero… 20 Ares, son 20 Ares. Enciérrales en una habitación y tenlos ahí toda la noche. Hazles sudar y mantenles lo suficientemente ocupados como para que no se enteren de nada de lo que va a pasar.
A esas alturas, no comprendía nada. La miré con incredulidad, los ojos un poco más abiertos, y alcé las cejas. El rubor había subido de manera irremediable a mis mejillas y sentía la cara arder.
—Pero…
—¡Pero nada! ¡Ve a cambiarte y apresúrate!
No tuve más remedio que obedecer. Cuando pasé por al lado de los misteriosos visitantes, Gharin me miró con picardía, de arriba abajo. Allwënn me observó y casi me pareció divertido. Cuando se miraron entre ellos, distinguí en sus ojos una conversación vedada.
Tramaban algo y yo, de nuevo, no sabía qué.

martes, 10 de mayo de 2011

Cuarta Estrella: Cuestión de vida o muerte.



Antes de que fuera realmente consciente me tenían acorralada: Gharin puso el encanto, Allwënn la fuerza. Su mano seguía demasiado pendiente de la mía. Hice por obviarles, pero no podía evitar estar tensa. Tensa y curiosa, de alguna manera tentada a conocer cuál era el secreto escondido en los ojos de aquellos mestizos. Antes de que empezaran a acribillarme con miradas y preguntas, tuvieron la decencia de presentarse como a mí me habían obligado a hacer. Después empezaron las preguntas, inevitables. Fue Gharin el primero en hablar, quizá por calmar la tensión que la brusquedad de su compañero había creado. Me preguntó qué pasaría aquella noche, se interesó por mi consejo de que se marcharan. No supe exactamente por qué accedí a contárselo. Podría haberme negado, levantado y alejado de ambos. Pero igual que había sabido que eran diferentes al verles llegar supe que no eran una amenaza. No eran nadie a quien debiese temer… y su secreto, ese cuya existencia ya había intuido, no buscaba hacer daño.

De modo que confesé: Toda aquella escoria que nos rodeaba debía acabar muerta.

No lo decidí yo. No fui yo ni ninguna de las que allí trabajábamos en aquel momento, poco más que esclavas, las que decidimos que de un día para otro tendríamos que pasar de simples camareras o meretrices a asesinas. Fue nuestro jefe. Fue él quien consideró que nuestra existencia no era ya lo suficientemente triste vendiendo nuestros cuerpos. Aquella noche, se puso precio a nuestras almas. ¿Qué podíamos hacer, sin embargo, las que allí estábamos? No puedo recordar cómo acabé yo en aquel sitio, viviendo de sonrisas sin sentido y de besos regalados, pero sé que si alguien terminaba en aquel lugar es porque no había más opciones. Fuera de aquel local, nadie tenía nada. Hasta aquella noche, estoy convencida, no había mundo más allá de mis ventanas.

No sé si fueron esas mis palabras a la hora de explicárselo a Allwënn y Gharin. Pero ellos me atendían. Sus manos habían iniciado un juego casi prohibido. Mientras yo les confesaba el plan hubo sonrisas cómplices, caricias veladas y besos abandonados que en realidad ni siquiera fueron besos. Era mi manera de salvarme de llamar la atención, de terminar metida en un aprieto del que probablemente no podría salir. En los ojos de mis dos acompañantes, en todo momento, se confundían la diversión —la misma que a mi pesar me había embargado a mí— y la necesidad de tener controlada la situación. Los dos eran diferentes también en sus caricias: Donde Gharin rozaba con naturalidad, Allwënn parecía más obligado a hacerlo. Sea como fuera, conseguimos lo que nos habíamos propuesto: Disfrazados de amantes, nadie demostró el menor interés por una fulana y las atenciones prestadas a sus clientes

—¿Cómo tenía planeado tu jefe matar a tantos hombres?

Recuerdo mirar a Allwënn y no haber podido evitar esbozar una sonrisa divertida, en esa ocasión sincera. Casi se me escapó una carcajada. La ingenuidad de su pregunta me pareció encantadora.

—¿Qué hay, en realidad, más peligroso que una mujer? —le respondí.

A Gharin le hizo gracia mi comentario y también a él se le escapó una sonrisa. Disfrutaba la ficción, el juego, el fraude hacia todas las personas que nos rodeaban. Cogió mi mano y se la llevó a los labios, en sus pupillas brillando la diversión.

—Estoy de acuerdo con ella. Basta mirar esos ojos para saber el peligro que tienen.

—De modo que vosotras sois la amenaza, ¿no es cierto? —prosiguió el mestizo moreno, con menos interés en mi mirada que su compañero.

Allwënn tenía razón. El plan era, en realidad, muy simple. Era el juego más antiguo que ha existido nunca, el mismo teatro que fingíamos los tres, en aquel momento. Caricias, besos, miradas. Seducción. En lugares como éste y con mujeres como las que había allí era fácil perderse. Un gesto, una caricia, una aparente rendición a sus órdenes… Y más que ser las mujeres de los hombres, solían ser ellos los que terminaban en nuestras manos. Nuestro jefe lo sabía. Contaba con ello. Por eso, aquella noche, éramos nosotras las que íbamos armadas, con filos escondidos en nuestras ropas.

Aunque confesé aquello también, mis palabras pronto quedaron acalladas. Allwënn rozó mi pierna y yo le miré, clavando mis ojos en los suyos. No me hubiera importado si no llevara allí el único arma con el que podría defenderme si finalmente me veía envuelta en un fuego cruzado. Mi puñal cayó al suelo con un tintineo que quedó acallado por la tela de mi vestido. Apreté los labios, pero no pude quejarme. Había confiado a ciegas. Me estremecí un momento. ¿Y si había confiado en quien no debía, sólo por un presentimiento?

—Has dicho la verdad —Allwënn parecía sorprendido.

—Y gracias a eso ahora estoy sola ente el peligro —respondí al momento.

—No tengo interés en que se derrame sangre hoy. Ni tuya ni nuestra.

—Déjanos el resto a nosotros —pidió Gharin. Parecía encantado. Sus caricias abandonaron mi cuerpo.

Los miré. Volver a fiarme de ellos podría ser estúpido. Volver a confiar a ciegas en aquellos dos resultaba la opción más ridícula…

…Pero no tuve otra.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Tercera Estrella: La noche menos indicada.

Ya he dicho que aquella noche era diferente. Pese a que todo estaba dispuesto, nunca habría podido imaginar cómo se truncarían los acontecimientos, cómo las cosas se escaparían de lo que se había establecido.
La noche en que Ällwenn y Gharin aparecieron en mi vida no era cualquier otra noche. Aquella noche, las intrigas se habían levantado sobre aquel local cuyo nombre ni siquiera consigo recordar. Su sombra se extendía por cada esquina, por cada cuerpo. Los hombres que venían, inocentes, a reclamar los apasionados servicios de las mujeres que allí trabajábamos desconocían que tras las telas que pretendían arrebatarnos se escondía el final de su propia vida. Supongo que la historia es demasiado larga y complicada para que yo pueda entenderla o recordar todos sus detalles, pero en esa noche de cambio todas llevábamos más armas encima que nuestros encantos. Aquella noche, allí no se debía dar placer… Aquella noche, allí se debía dar muerte.

Las órdenes venían directamente de arriba. Apenas sí recuerdo el nombre del hombre que llevaba todo aquello, pero en cualquier caso resulta irrelevante. Había ambición, deseos de hacerse con más de lo que tenía. ¿No es un fallo estúpido ese? Las personas siempre ansiamos más. Nunca hay un límite de conformidad. Si ninguno de los implicados lo sabíamos ya, sería la luna la que nos ayudase a comprender que la avaricia acaba en perdición.

Yo, de algún modo, lo sabía. Sabía que debía advertir a los nuevos clientes de que aquella noche no era la idónea para estar en aquel local. Lo vi en los ojos inquietos de Allwënn, calculadores, como si meditaran a cada instante la posibilidad de desenfundar su espada y sesgarle la vida a cualquiera que pudiera acercarse. Por eso cuando dejé las cervezas que habían pedido encima de su mesa, no pude evitar mirarles. Probablemente esperaban que me fuese, que les dejara con una conversación que sólo ellos podían escuchar. O, al menos, me pareció que Allwënn lo hacía. Gharin parecía demasiado encantado con mis formas como para simular interés en que les dejara de nuevo intimidad. Aún así, me incliné sobre la mesa con un paño, como si hubiera visto una mancha que era urgente limpiar.

—No es el mejor día para venir por aquí —les sonreí fingidamente. Si la Madamme me veía ahuyentando clientes pronto sería yo la ahuyentada de aquel lugar—. No os he visto antes… Quizá deberíais beberos esto y marcharos. Pero por supuesto yo no os he dicho nada.

Me erguí. Dispuesta a marcharme me di la vuelta… Pero una mano me agarró. Su mano. Me quedé quieta, parpadeando con cierta incredulidad. Ahora me resulta inconcebible pensar que aquella mano en su primer contacto me pareció ruda, brusca. Serían aquellos mismos dedos que aprisionaban mi muñeca los que más tarde me harían suspirar con sus caricias. Si alguien me lo hubiera contado entonces… Me habría reído. En aquel momento sólo fue un hombre más en medio de tantos. Alguien bruto que tiró de mí para invitarme (u obligarme) a sentar en una silla. Pronto fruncí el ceño, descontenta con aquel trato. Le miré con los ojos entornados, desafiantes. Puede que aquel burdel fuera mi lugar de trabajo, pero por el momento era sólo su camarera y no estaba dispuesta a que me tratase como quisiera. Para mi sorpresa, no obstante, me sonrió. Parpadeé desconcertada, aunque su mano seguía ejerciendo presión sobre mi piel. En sus labios se dibujaba un gesto puramente forzado.

—Vas a quedarte aquí y a contarnos todo lo que sepas. Finge que te agrada la conversación y que eres buena en tu trabajo.

No sé por qué accedí. Posiblemente le habría dado una bofetada en aquel momento de no ser porque vi la urgencia tras sus ojos. Había algo que iba mal para ellos. Algo en mis palabras les había alertado. Me quedé en silencio durante unos instantes que se alargaron entre nosotros. Mis ojos bucearon en los ojos verdes de Allwënn, intentando encontrar alguna respuesta. Fue la segunda vez que nos miramos directamente, aunque ni siquiera sé si él llegó a darse cuenta de la primera, en el momento en el que entró. Cogí aire y mi orgullo me obligó a levantar la barbilla. Su agarre entorno a mi piel seguía impasible.

—Será más fácil hablar si no tratas de cortarme la circulación —comenté con sorna. Si esperaban a una muchacha dispuesta a cumplir órdenes y bajar la cabeza se habían equivocado de camarera.

Su agarre pareció disminuir apenas perceptiblemente. Sus dedos toscos y encallecidos, sin embargo, seguían rozándome.

—Hazle caso —me sorprendí al darme cuenta de que de alguna manera me había olvidado del seductor de ojos claros. Su expresión era más serena que la de su compañero, más relajada. Si hacía teatro, era un magnífico actor—. No tienes nada que temernos si te portas bien. Relájate o haz como que estás relajada; será mejor para todos. ¿Cómo te llamas?

Yo apreté los labios. Que pudieran pensar que me asustaban me ofendió en lo más hondo. Por eso precisamente entorné los ojos y pronto sonreí, apoyando la cara en una mano. Como hubiera hecho cualquiera de mis compañeras, de pronto respondí al toque de aquella mano hecha para la batalla. Si le sorprendió, no lo hizo notar. Los miré a ambos. Era imposible esconder, de alguna manera, la intriga que había en todo aquello.

—Äriel —respondí—. Mi nombre es Äriel.

Gharin sonrió, Allwënn rozó con sus dedos el dorso de mi mano. Fueran quienes fueran, si querían jugar… Jugaríamos.

jueves, 28 de abril de 2011

Segunda Estrella: Moneda de Cambio (I)

   Segunda estrella: más recuerdos.
No sé cómo llegó aquella moneda al bolsillo de mi delantal. En este caso no es que no lo recuerde: realmente no lo sé. Recuerdo la sombra de un hombre, un choque casual. Un estremecimiento, una mala sensación… Y nada más. A mi alrededor todo seguía imperturbable: La música, los gritos, las risas, las canciones de los borrachos y los gemidos que venían de las habitaciones de arriba. Era una noche como cualquier otra en un burdel como cualquier otro… Y a la vez, nada era como se esperaba que fuese. Al menos, no aquella noche.
Los nuevos visitantes llamaban la atención. Demasiado. Mi compañera tras la barra no dejaba de lanzar risitas, enunciando todas y cada una de las virtudes de ambos. Uno parecía más joven, el otro tenía un porte más varonil. La sonrisa del rubio era absolutamente seductora,  los ojos verdes de su acompañante eran inevitablemente hechizantes. Pronto me aislé de su perorata y de sus suspiros, que no hacían más que acompañar a la tanda de halagos que muchas de mis otras compañeras les atañían. Las más prácticas se fijaban en sus ropas, en que sus bolsillos fuesen bien llenos. ¿Por qué no llevarse un buen cobro por un buen servicio… y aprovechar a hacerlo con buenos hombres? En sus cabezas el plan parecía más que apetecible. En la mía sólo estaba el orden de las cervezas y las sonrisas que debía dedicar a cada persona repartida en el local.
Quizá por ser la única que no estaba interesada en brindarles más servicios fui quien tuvo que encargarse de la cuenta de aquellos hombres que, sin saberlo, habían empezado ya a cambiar la rutina de aquel lugar… Y la mía misma.
El que habló primero fue Gharin. Su rostro de alabastro se giró hacia mí con la sonrisa de quien no está acostumbrado al rechazo. En sus ojos de cielo residían las historias que podría contar un trovador. Fue aquella mirada la que me recorrió por entero, juzgándome y comparándome con las demás. La sonrisa se extendió por sus labios, pero recuerdo haberme mostrado indiferente, quizá casi hastiada. Consideré, equívocamente, que no debía ser muy diferente al resto de los hombres que allí se encontraban. Así que como habría hecho con cualquiera de los demás le sonreí con encanto y obvié los pensamientos que debían estar recorriéndole la mente… Sin duda, todos ellos relacionados con el piso de arriba.
Apenas sí le escuché. ¿No he dicho ya lo peligrosa que es la curiosidad? Mis ojos me traicionaron… Y pronto estaba mirándole a él.
Allwënn era completamente opuesto a su amigo. Gharin siempre tuvo elegancia; sus rasgos resultaban más finos, semejantes casi a la porcelana: su rostro no llegaba a la feminidad, pero cierto era que sí tocaba una belleza más delicada, casi frágil, propia de su sangre de elfo. Pero Allwënn… Allwënn siempre fue diferente. Incluso en aquel momento, yo debí haberlo imaginado. No sabía nada de él, no sabía quién era, cómo o por qué. Pero de alguna manera lo supe. Supe que él era especial, que él no era nada que hubiese visto antes o que fuese a volver a ver. Nunca existió nadie como él. Nunca lo hará.
Sus cabellos eran largos, negros como una noche sin luna, sin estrellas a las que confesarse o en las que buscar huecos. Donde el rostro de Gharin resultaba suave, joven, el semblante de Allwënn parecía más curtido y la barba incipiente nacía de sus mejillas. Eran diferentes… Y, a la vez, eran sorprendentemente iguales. Nunca nadie pudo entenderse tan bien como ellos. Nunca una amistad podría soportar todo lo que ellos soportaron. Gharin guardaba en su mirada cuentos de bardo, historias de aventuras y mujeres, pero en la de Allwënn se escondían historias de heridas y sufrimiento. Y algo más: Sus ojos verdes seguían vigilantes, mirando alrededor, buscando algo que yo no podía entender. Había algo más que un par de cervezas frías y un lecho caliente en las intenciones de aquellos hombres. Había un secreto.
No podía imaginar hasta qué punto aquella moneda en mi delantal estaba relacionada con él.

lunes, 25 de abril de 2011

Primera Estrella: Destino

Primera estrella. Primer recuerdo.
Aquel tugurio. Las voces de fiesta, las trifulcas normales en aquel lugar. Un reflejo mío en el espejo del que yo ni siquiera parecía ser consciente. Más voces. Todo empieza en ese momento: una habitación cerrada, gritos que me llaman, espacios borrosos en mi memoria pobre. Hay caricias de manos toscas. No en mi cuerpo (por suerte) pero sí en el de las demás chicas. Reconozco rostros que conocí y a los que ya no consigo ponerles nombre. Todo parece una competición por ganar al mejor cliente… y con él, a su dinero.
¿Cómo llegué allí? Mi pregunta a las estrellas que me rodean nunca es respondida. A veces mis compañeras me miran burlonas, como si supieran perfectamente que nunca lo averiguaré. Es paradójico no poder recodar el pasado y vivir con la certeza de lo que pasará en el futuro.
Las imágenes parecen volverse más vívidas a cada segundo de tiempo que se vuelve eternidad en mi espacio. Los bocetos se convierten en figuras más definidas, las imágenes en blanco y negro dejan poco a poco motas pequeñas de color. Hay retazos de una discusión con alguien… No importa. La sensación del cambio que suponía aquella noche todavía parece acariciar mi cuerpo como la primera vez, estremeciéndome, dejándome la garganta seca.
Hay momentos en los que los detalles más ínfimos pueden truncar la vida de alguien para siempre. Hay lazos que sencillamente tienen que unirse, más tarde o más temprano. Lo llaman Destino… y estoy segura de que fue Él quien decidió que yo debía encontrarme con Allwënn y Gharin.
Fue aquella noche. Entraron por la puerta de aquel antro mirando alrededor con ojos vigilantes uno y otro con ojos satisfechos con lo que veía: Gharin siempre disfrutó con faldas cortas y escotes grandes. Allwënn estaba tenso, y no de la manera en que cabría esperar de un hombre en un lugar así. Recuerdo sus ojos verdes examinándolo todo. Por aquel entonces sólo me pareció alguien tacaño que temía que en un tabuco como en el que yo estaba no se pudieran satisfacer todos sus deseos: De descanso… o de lo que gustase.
Al principio no me fijé en ellos. Tras la barra, atendiendo los pedidos de hombres rudos, no tuve tiempo. Mis compañeras se negaron a hacer lo que yo hice. Una tras una, todas levantaron la vista y empezaron los murmullos: Los nuevos clientes parecían diferentes a la escoria que solía rondar por allí. No me interesaron… Al principio. La expectación provoca curiosidad y la curiosidad me llevó a mí a alzar la mirada.
Fue en ese momento cuando los ojos de Allwënn y su escrutinio intensivo chocaron de frente con la curiosidad de los míos.
El Destino había decidido. En ese preciso instante, hizo una lazada perfecta que ligó mi vida y la de Allwënn para siempre.
Nada ni nadie podría haberlo evitado.

sábado, 23 de abril de 2011

En el hueco de una estrella

Hace mucho tiempo que mi pasado renegó de mi memoria… Pero hay recuerdos que no se pueden olvidar.

No hay nada anterior a aquel tugurio. No hay nada excepto oscuridad. No hay nada anterior a aquella noche en la que el fuego lo consumió todo para darme una nueva vida. No hay nada… antes de que le conociese a él.
Lo he pensado muchas veces. Me ha sobrado tiempo para pensar, después de todo. Puede que simplemente no tenga pasado antes de que él apareciese en mi vida… Porque no lo necesitaba Puede que él fuese absolutamente lo único que yo debía tener. Lo único que yo debía conocer. Lo único que yo debía amar. Y puede que también sea por eso por lo que recuerdo todo como si lo viviera aún ahora…
Hay veces que miro a mi alrededor y lo veo todo con claridad. Veo el centelleo divertido en sus ojos y los grandes esfuerzos que solía hacer por que no se le descubriese una sonrisa en los labios. También escucho los errores de su voluntad cuando muy a su pesar reía o se acercaba a mí más de lo que al principio ninguno de los dos habríamos supuesto. No sólo hay sitio para él en los recuerdos de aquellos días. En mi memoria también suele asomar la voz burlesca y seductora de un joven que todavía llama a mis sueños con las melodías de sirena de su laúd. Muchas veces me he descubierto murmurando la letra olvidada de una canción, trasportándome sin quererlo a reuniones secretas frente a un fuego consumido por la noche.
Todo eso ha quedado ya muy atrás, pero sigue vivo en mí, más importante de lo que nadie podría imaginar. Yo misma me siento más real viviendo en retazos de recuerdos lejanos. Casi puedo acariciarlos, tocarlos, cogerlos entre mis manos para rememorar mejor cada sensación, cada momento. Bajo las yemas de mis dedos reside todavía el tacto áspero de las manos heridas de aquel hombre. En mi cuerpo aún se mantienen ardientes todas las caricias que él me prodigó tantas veces. En mis labios se guardan todas las sonrisas que el sol me arrancó al amanecer con él a mi lado. En mi boca… En mi boca se ha quedado impreso el sabor de aquel mestizo al que un día amé.
Sin embargo, a menudo me sorprendo descubriendo una vez más que los recuerdos me traicionan. Que cuando se acercan, suaves, tan dulces, nunca se dejan coger. Se disuelven entre mis dedos como arena fina, escapando por mucho que yo apriete las manos. Al final la única realidad que puedo sostener de verdad es la de mi hogar, la del sitio en el que habito.
Hace mucho tiempo… Conocí a alguien que contaba estrellas para descubrir un hueco entre ellas. Decía que cuando lo encontrase, sabría que la mujer que era sólo para él, la mujer estrella, habría bajado del cielo y entonces podría buscarla.
Hace mucho tiempo yo amé a ese hombre y él me amó a mí.
Hace mucho tiempo alguien decidió que mi nombre sería Äriel.
Desde hace mucho tiempo… Habito en el hueco de una estrella.
¿Me ves… Allwënn?