martes, 10 de mayo de 2011

Cuarta Estrella: Cuestión de vida o muerte.



Antes de que fuera realmente consciente me tenían acorralada: Gharin puso el encanto, Allwënn la fuerza. Su mano seguía demasiado pendiente de la mía. Hice por obviarles, pero no podía evitar estar tensa. Tensa y curiosa, de alguna manera tentada a conocer cuál era el secreto escondido en los ojos de aquellos mestizos. Antes de que empezaran a acribillarme con miradas y preguntas, tuvieron la decencia de presentarse como a mí me habían obligado a hacer. Después empezaron las preguntas, inevitables. Fue Gharin el primero en hablar, quizá por calmar la tensión que la brusquedad de su compañero había creado. Me preguntó qué pasaría aquella noche, se interesó por mi consejo de que se marcharan. No supe exactamente por qué accedí a contárselo. Podría haberme negado, levantado y alejado de ambos. Pero igual que había sabido que eran diferentes al verles llegar supe que no eran una amenaza. No eran nadie a quien debiese temer… y su secreto, ese cuya existencia ya había intuido, no buscaba hacer daño.

De modo que confesé: Toda aquella escoria que nos rodeaba debía acabar muerta.

No lo decidí yo. No fui yo ni ninguna de las que allí trabajábamos en aquel momento, poco más que esclavas, las que decidimos que de un día para otro tendríamos que pasar de simples camareras o meretrices a asesinas. Fue nuestro jefe. Fue él quien consideró que nuestra existencia no era ya lo suficientemente triste vendiendo nuestros cuerpos. Aquella noche, se puso precio a nuestras almas. ¿Qué podíamos hacer, sin embargo, las que allí estábamos? No puedo recordar cómo acabé yo en aquel sitio, viviendo de sonrisas sin sentido y de besos regalados, pero sé que si alguien terminaba en aquel lugar es porque no había más opciones. Fuera de aquel local, nadie tenía nada. Hasta aquella noche, estoy convencida, no había mundo más allá de mis ventanas.

No sé si fueron esas mis palabras a la hora de explicárselo a Allwënn y Gharin. Pero ellos me atendían. Sus manos habían iniciado un juego casi prohibido. Mientras yo les confesaba el plan hubo sonrisas cómplices, caricias veladas y besos abandonados que en realidad ni siquiera fueron besos. Era mi manera de salvarme de llamar la atención, de terminar metida en un aprieto del que probablemente no podría salir. En los ojos de mis dos acompañantes, en todo momento, se confundían la diversión —la misma que a mi pesar me había embargado a mí— y la necesidad de tener controlada la situación. Los dos eran diferentes también en sus caricias: Donde Gharin rozaba con naturalidad, Allwënn parecía más obligado a hacerlo. Sea como fuera, conseguimos lo que nos habíamos propuesto: Disfrazados de amantes, nadie demostró el menor interés por una fulana y las atenciones prestadas a sus clientes

—¿Cómo tenía planeado tu jefe matar a tantos hombres?

Recuerdo mirar a Allwënn y no haber podido evitar esbozar una sonrisa divertida, en esa ocasión sincera. Casi se me escapó una carcajada. La ingenuidad de su pregunta me pareció encantadora.

—¿Qué hay, en realidad, más peligroso que una mujer? —le respondí.

A Gharin le hizo gracia mi comentario y también a él se le escapó una sonrisa. Disfrutaba la ficción, el juego, el fraude hacia todas las personas que nos rodeaban. Cogió mi mano y se la llevó a los labios, en sus pupillas brillando la diversión.

—Estoy de acuerdo con ella. Basta mirar esos ojos para saber el peligro que tienen.

—De modo que vosotras sois la amenaza, ¿no es cierto? —prosiguió el mestizo moreno, con menos interés en mi mirada que su compañero.

Allwënn tenía razón. El plan era, en realidad, muy simple. Era el juego más antiguo que ha existido nunca, el mismo teatro que fingíamos los tres, en aquel momento. Caricias, besos, miradas. Seducción. En lugares como éste y con mujeres como las que había allí era fácil perderse. Un gesto, una caricia, una aparente rendición a sus órdenes… Y más que ser las mujeres de los hombres, solían ser ellos los que terminaban en nuestras manos. Nuestro jefe lo sabía. Contaba con ello. Por eso, aquella noche, éramos nosotras las que íbamos armadas, con filos escondidos en nuestras ropas.

Aunque confesé aquello también, mis palabras pronto quedaron acalladas. Allwënn rozó mi pierna y yo le miré, clavando mis ojos en los suyos. No me hubiera importado si no llevara allí el único arma con el que podría defenderme si finalmente me veía envuelta en un fuego cruzado. Mi puñal cayó al suelo con un tintineo que quedó acallado por la tela de mi vestido. Apreté los labios, pero no pude quejarme. Había confiado a ciegas. Me estremecí un momento. ¿Y si había confiado en quien no debía, sólo por un presentimiento?

—Has dicho la verdad —Allwënn parecía sorprendido.

—Y gracias a eso ahora estoy sola ente el peligro —respondí al momento.

—No tengo interés en que se derrame sangre hoy. Ni tuya ni nuestra.

—Déjanos el resto a nosotros —pidió Gharin. Parecía encantado. Sus caricias abandonaron mi cuerpo.

Los miré. Volver a fiarme de ellos podría ser estúpido. Volver a confiar a ciegas en aquellos dos resultaba la opción más ridícula…

…Pero no tuve otra.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Tercera Estrella: La noche menos indicada.

Ya he dicho que aquella noche era diferente. Pese a que todo estaba dispuesto, nunca habría podido imaginar cómo se truncarían los acontecimientos, cómo las cosas se escaparían de lo que se había establecido.
La noche en que Ällwenn y Gharin aparecieron en mi vida no era cualquier otra noche. Aquella noche, las intrigas se habían levantado sobre aquel local cuyo nombre ni siquiera consigo recordar. Su sombra se extendía por cada esquina, por cada cuerpo. Los hombres que venían, inocentes, a reclamar los apasionados servicios de las mujeres que allí trabajábamos desconocían que tras las telas que pretendían arrebatarnos se escondía el final de su propia vida. Supongo que la historia es demasiado larga y complicada para que yo pueda entenderla o recordar todos sus detalles, pero en esa noche de cambio todas llevábamos más armas encima que nuestros encantos. Aquella noche, allí no se debía dar placer… Aquella noche, allí se debía dar muerte.

Las órdenes venían directamente de arriba. Apenas sí recuerdo el nombre del hombre que llevaba todo aquello, pero en cualquier caso resulta irrelevante. Había ambición, deseos de hacerse con más de lo que tenía. ¿No es un fallo estúpido ese? Las personas siempre ansiamos más. Nunca hay un límite de conformidad. Si ninguno de los implicados lo sabíamos ya, sería la luna la que nos ayudase a comprender que la avaricia acaba en perdición.

Yo, de algún modo, lo sabía. Sabía que debía advertir a los nuevos clientes de que aquella noche no era la idónea para estar en aquel local. Lo vi en los ojos inquietos de Allwënn, calculadores, como si meditaran a cada instante la posibilidad de desenfundar su espada y sesgarle la vida a cualquiera que pudiera acercarse. Por eso cuando dejé las cervezas que habían pedido encima de su mesa, no pude evitar mirarles. Probablemente esperaban que me fuese, que les dejara con una conversación que sólo ellos podían escuchar. O, al menos, me pareció que Allwënn lo hacía. Gharin parecía demasiado encantado con mis formas como para simular interés en que les dejara de nuevo intimidad. Aún así, me incliné sobre la mesa con un paño, como si hubiera visto una mancha que era urgente limpiar.

—No es el mejor día para venir por aquí —les sonreí fingidamente. Si la Madamme me veía ahuyentando clientes pronto sería yo la ahuyentada de aquel lugar—. No os he visto antes… Quizá deberíais beberos esto y marcharos. Pero por supuesto yo no os he dicho nada.

Me erguí. Dispuesta a marcharme me di la vuelta… Pero una mano me agarró. Su mano. Me quedé quieta, parpadeando con cierta incredulidad. Ahora me resulta inconcebible pensar que aquella mano en su primer contacto me pareció ruda, brusca. Serían aquellos mismos dedos que aprisionaban mi muñeca los que más tarde me harían suspirar con sus caricias. Si alguien me lo hubiera contado entonces… Me habría reído. En aquel momento sólo fue un hombre más en medio de tantos. Alguien bruto que tiró de mí para invitarme (u obligarme) a sentar en una silla. Pronto fruncí el ceño, descontenta con aquel trato. Le miré con los ojos entornados, desafiantes. Puede que aquel burdel fuera mi lugar de trabajo, pero por el momento era sólo su camarera y no estaba dispuesta a que me tratase como quisiera. Para mi sorpresa, no obstante, me sonrió. Parpadeé desconcertada, aunque su mano seguía ejerciendo presión sobre mi piel. En sus labios se dibujaba un gesto puramente forzado.

—Vas a quedarte aquí y a contarnos todo lo que sepas. Finge que te agrada la conversación y que eres buena en tu trabajo.

No sé por qué accedí. Posiblemente le habría dado una bofetada en aquel momento de no ser porque vi la urgencia tras sus ojos. Había algo que iba mal para ellos. Algo en mis palabras les había alertado. Me quedé en silencio durante unos instantes que se alargaron entre nosotros. Mis ojos bucearon en los ojos verdes de Allwënn, intentando encontrar alguna respuesta. Fue la segunda vez que nos miramos directamente, aunque ni siquiera sé si él llegó a darse cuenta de la primera, en el momento en el que entró. Cogí aire y mi orgullo me obligó a levantar la barbilla. Su agarre entorno a mi piel seguía impasible.

—Será más fácil hablar si no tratas de cortarme la circulación —comenté con sorna. Si esperaban a una muchacha dispuesta a cumplir órdenes y bajar la cabeza se habían equivocado de camarera.

Su agarre pareció disminuir apenas perceptiblemente. Sus dedos toscos y encallecidos, sin embargo, seguían rozándome.

—Hazle caso —me sorprendí al darme cuenta de que de alguna manera me había olvidado del seductor de ojos claros. Su expresión era más serena que la de su compañero, más relajada. Si hacía teatro, era un magnífico actor—. No tienes nada que temernos si te portas bien. Relájate o haz como que estás relajada; será mejor para todos. ¿Cómo te llamas?

Yo apreté los labios. Que pudieran pensar que me asustaban me ofendió en lo más hondo. Por eso precisamente entorné los ojos y pronto sonreí, apoyando la cara en una mano. Como hubiera hecho cualquiera de mis compañeras, de pronto respondí al toque de aquella mano hecha para la batalla. Si le sorprendió, no lo hizo notar. Los miré a ambos. Era imposible esconder, de alguna manera, la intriga que había en todo aquello.

—Äriel —respondí—. Mi nombre es Äriel.

Gharin sonrió, Allwënn rozó con sus dedos el dorso de mi mano. Fueran quienes fueran, si querían jugar… Jugaríamos.