No sé cómo llegó aquella moneda al bolsillo de mi delantal. En este caso no es que no lo recuerde: realmente no lo sé. Recuerdo la sombra de un hombre, un choque casual. Un estremecimiento, una mala sensación… Y nada más. A mi alrededor todo seguía imperturbable: La música, los gritos, las risas, las canciones de los borrachos y los gemidos que venían de las habitaciones de arriba. Era una noche como cualquier otra en un burdel como cualquier otro… Y a la vez, nada era como se esperaba que fuese. Al menos, no aquella noche.
Los nuevos visitantes llamaban la atención. Demasiado. Mi compañera tras la barra no dejaba de lanzar risitas, enunciando todas y cada una de las virtudes de ambos. Uno parecía más joven, el otro tenía un porte más varonil. La sonrisa del rubio era absolutamente seductora, los ojos verdes de su acompañante eran inevitablemente hechizantes. Pronto me aislé de su perorata y de sus suspiros, que no hacían más que acompañar a la tanda de halagos que muchas de mis otras compañeras les atañían. Las más prácticas se fijaban en sus ropas, en que sus bolsillos fuesen bien llenos. ¿Por qué no llevarse un buen cobro por un buen servicio… y aprovechar a hacerlo con buenos hombres? En sus cabezas el plan parecía más que apetecible. En la mía sólo estaba el orden de las cervezas y las sonrisas que debía dedicar a cada persona repartida en el local.
Quizá por ser la única que no estaba interesada en brindarles más servicios fui quien tuvo que encargarse de la cuenta de aquellos hombres que, sin saberlo, habían empezado ya a cambiar la rutina de aquel lugar… Y la mía misma.
El que habló primero fue Gharin. Su rostro de alabastro se giró hacia mí con la sonrisa de quien no está acostumbrado al rechazo. En sus ojos de cielo residían las historias que podría contar un trovador. Fue aquella mirada la que me recorrió por entero, juzgándome y comparándome con las demás. La sonrisa se extendió por sus labios, pero recuerdo haberme mostrado indiferente, quizá casi hastiada. Consideré, equívocamente, que no debía ser muy diferente al resto de los hombres que allí se encontraban. Así que como habría hecho con cualquiera de los demás le sonreí con encanto y obvié los pensamientos que debían estar recorriéndole la mente… Sin duda, todos ellos relacionados con el piso de arriba.
Apenas sí le escuché. ¿No he dicho ya lo peligrosa que es la curiosidad? Mis ojos me traicionaron… Y pronto estaba mirándole a él.
Allwënn era completamente opuesto a su amigo. Gharin siempre tuvo elegancia; sus rasgos resultaban más finos, semejantes casi a la porcelana: su rostro no llegaba a la feminidad, pero cierto era que sí tocaba una belleza más delicada, casi frágil, propia de su sangre de elfo. Pero Allwënn… Allwënn siempre fue diferente. Incluso en aquel momento, yo debí haberlo imaginado. No sabía nada de él, no sabía quién era, cómo o por qué. Pero de alguna manera lo supe. Supe que él era especial, que él no era nada que hubiese visto antes o que fuese a volver a ver. Nunca existió nadie como él. Nunca lo hará.
Sus cabellos eran largos, negros como una noche sin luna, sin estrellas a las que confesarse o en las que buscar huecos. Donde el rostro de Gharin resultaba suave, joven, el semblante de Allwënn parecía más curtido y la barba incipiente nacía de sus mejillas. Eran diferentes… Y, a la vez, eran sorprendentemente iguales. Nunca nadie pudo entenderse tan bien como ellos. Nunca una amistad podría soportar todo lo que ellos soportaron. Gharin guardaba en su mirada cuentos de bardo, historias de aventuras y mujeres, pero en la de Allwënn se escondían historias de heridas y sufrimiento. Y algo más: Sus ojos verdes seguían vigilantes, mirando alrededor, buscando algo que yo no podía entender. Había algo más que un par de cervezas frías y un lecho caliente en las intenciones de aquellos hombres. Había un secreto.
No podía imaginar hasta qué punto aquella moneda en mi delantal estaba relacionada con él.