miércoles, 4 de mayo de 2011

Tercera Estrella: La noche menos indicada.

Ya he dicho que aquella noche era diferente. Pese a que todo estaba dispuesto, nunca habría podido imaginar cómo se truncarían los acontecimientos, cómo las cosas se escaparían de lo que se había establecido.
La noche en que Ällwenn y Gharin aparecieron en mi vida no era cualquier otra noche. Aquella noche, las intrigas se habían levantado sobre aquel local cuyo nombre ni siquiera consigo recordar. Su sombra se extendía por cada esquina, por cada cuerpo. Los hombres que venían, inocentes, a reclamar los apasionados servicios de las mujeres que allí trabajábamos desconocían que tras las telas que pretendían arrebatarnos se escondía el final de su propia vida. Supongo que la historia es demasiado larga y complicada para que yo pueda entenderla o recordar todos sus detalles, pero en esa noche de cambio todas llevábamos más armas encima que nuestros encantos. Aquella noche, allí no se debía dar placer… Aquella noche, allí se debía dar muerte.

Las órdenes venían directamente de arriba. Apenas sí recuerdo el nombre del hombre que llevaba todo aquello, pero en cualquier caso resulta irrelevante. Había ambición, deseos de hacerse con más de lo que tenía. ¿No es un fallo estúpido ese? Las personas siempre ansiamos más. Nunca hay un límite de conformidad. Si ninguno de los implicados lo sabíamos ya, sería la luna la que nos ayudase a comprender que la avaricia acaba en perdición.

Yo, de algún modo, lo sabía. Sabía que debía advertir a los nuevos clientes de que aquella noche no era la idónea para estar en aquel local. Lo vi en los ojos inquietos de Allwënn, calculadores, como si meditaran a cada instante la posibilidad de desenfundar su espada y sesgarle la vida a cualquiera que pudiera acercarse. Por eso cuando dejé las cervezas que habían pedido encima de su mesa, no pude evitar mirarles. Probablemente esperaban que me fuese, que les dejara con una conversación que sólo ellos podían escuchar. O, al menos, me pareció que Allwënn lo hacía. Gharin parecía demasiado encantado con mis formas como para simular interés en que les dejara de nuevo intimidad. Aún así, me incliné sobre la mesa con un paño, como si hubiera visto una mancha que era urgente limpiar.

—No es el mejor día para venir por aquí —les sonreí fingidamente. Si la Madamme me veía ahuyentando clientes pronto sería yo la ahuyentada de aquel lugar—. No os he visto antes… Quizá deberíais beberos esto y marcharos. Pero por supuesto yo no os he dicho nada.

Me erguí. Dispuesta a marcharme me di la vuelta… Pero una mano me agarró. Su mano. Me quedé quieta, parpadeando con cierta incredulidad. Ahora me resulta inconcebible pensar que aquella mano en su primer contacto me pareció ruda, brusca. Serían aquellos mismos dedos que aprisionaban mi muñeca los que más tarde me harían suspirar con sus caricias. Si alguien me lo hubiera contado entonces… Me habría reído. En aquel momento sólo fue un hombre más en medio de tantos. Alguien bruto que tiró de mí para invitarme (u obligarme) a sentar en una silla. Pronto fruncí el ceño, descontenta con aquel trato. Le miré con los ojos entornados, desafiantes. Puede que aquel burdel fuera mi lugar de trabajo, pero por el momento era sólo su camarera y no estaba dispuesta a que me tratase como quisiera. Para mi sorpresa, no obstante, me sonrió. Parpadeé desconcertada, aunque su mano seguía ejerciendo presión sobre mi piel. En sus labios se dibujaba un gesto puramente forzado.

—Vas a quedarte aquí y a contarnos todo lo que sepas. Finge que te agrada la conversación y que eres buena en tu trabajo.

No sé por qué accedí. Posiblemente le habría dado una bofetada en aquel momento de no ser porque vi la urgencia tras sus ojos. Había algo que iba mal para ellos. Algo en mis palabras les había alertado. Me quedé en silencio durante unos instantes que se alargaron entre nosotros. Mis ojos bucearon en los ojos verdes de Allwënn, intentando encontrar alguna respuesta. Fue la segunda vez que nos miramos directamente, aunque ni siquiera sé si él llegó a darse cuenta de la primera, en el momento en el que entró. Cogí aire y mi orgullo me obligó a levantar la barbilla. Su agarre entorno a mi piel seguía impasible.

—Será más fácil hablar si no tratas de cortarme la circulación —comenté con sorna. Si esperaban a una muchacha dispuesta a cumplir órdenes y bajar la cabeza se habían equivocado de camarera.

Su agarre pareció disminuir apenas perceptiblemente. Sus dedos toscos y encallecidos, sin embargo, seguían rozándome.

—Hazle caso —me sorprendí al darme cuenta de que de alguna manera me había olvidado del seductor de ojos claros. Su expresión era más serena que la de su compañero, más relajada. Si hacía teatro, era un magnífico actor—. No tienes nada que temernos si te portas bien. Relájate o haz como que estás relajada; será mejor para todos. ¿Cómo te llamas?

Yo apreté los labios. Que pudieran pensar que me asustaban me ofendió en lo más hondo. Por eso precisamente entorné los ojos y pronto sonreí, apoyando la cara en una mano. Como hubiera hecho cualquiera de mis compañeras, de pronto respondí al toque de aquella mano hecha para la batalla. Si le sorprendió, no lo hizo notar. Los miré a ambos. Era imposible esconder, de alguna manera, la intriga que había en todo aquello.

—Äriel —respondí—. Mi nombre es Äriel.

Gharin sonrió, Allwënn rozó con sus dedos el dorso de mi mano. Fueran quienes fueran, si querían jugar… Jugaríamos.

2 comentarios:

  1. ¡Qué sorbito de ese vino élfico que el bribón de Gharin guardaba para ocasiones especiales!
    Puedo decir con toda tranquilidad que estoy atrapado por Äriel.

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  2. Gharin siempre tuvo una razón para brindar y una canción para acompañar dormitando en las cuerdas de su laúd...
    Gracias por escuchar y perderte en estas breves confesiones.

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